Las bondades de la falta en la crianza

Foto de Maribel Gómez Ossa
Trabajadora Social, Especialista en Familia, Mg en Neuropsicología y especialista en Gerencia de la Calidad

Desde el nacimiento estamos expuestos a las pérdidas, frustraciones y demandas sociales, muchas de ellas deben resolverse a solas porque no siempre está la presencia de padres o protectores, y aunque así fuera no está en sus manos. Y esto les acongoja más a ellos, porque incluso los hijos ni perciben la carencia.

Si en la rutina de la vida familiar se han permitido las frustraciones propias del proceso evolutivo, de la crianza y acorde a cada etapa de la vida se dan las herramientas, se habla y se da ejemplo de cómo hacerlo, serán menos los traumatismos y conflictos personales y sociales. Máxime cuando actualmente el confort y abrigo del hogar termina a más temprana edad.

Si padres y cuidadores persisten en su deseo de eliminar cada dificultad y conflicto o la mínima posibilidad de estos en busca de una insostenible complacencia a sus hijos, darán la razón a los estudiosos de la crianza, quienes afirman que al hacerlo, no se forma a una persona para vivir en sociedad, sino en un mundo irreal, dado que todo lo que represente responsabilidades se concibe como amenaza.

Estudios revelan que a nivel cerebral se pueden desarrollar y promover las conductas asertivas y la competencia social a lo largo de la vida. Además de  una crianza con apego seguro. Es decir, evitando el abandono emocional infantil por la falta de una figura adulta que acompañe y permanezca involucrada, mostrando empatía parental y dándole la seguridad que le permite evolucionar desde la dependencia hasta la autonomía progresiva. Evitando la negligencia afectiva, o sea, la privación de las vivencias de contacto afectivo y juego temprano. Generando la intersubjetividad: la relación con un adulto emocionalmente presente, empático e involucrado en juegos y en estimulación afectiva, según Trevarthen (2016).

El neuropediatra Manuel Antonio Fernández evidencia que el tiempo de juego compartido entre padres e hijos es de gran provecho para ambos, desde el punto de vista emocional y neurológico. Entre más juego mejor, combinando actividades físicas y mentales, especialmente con personas queridas. Se estimulan todos los sentidos, las áreas motoras, sensoriales y cognitivas. Favorece la competencia, la autoestima, la resolución de problemas y el vínculo social. Entonces, está al alcance de todos propiciar el desarrollo de las tan necesarias habilidades sociales. 

En la adolescencia es mayor la orientación hacia vínculos sociales no familiares. A nivel neuronal el sistema de recompensa y valoración social tiene una mayor actividad para la voz no familiar en comparación con la voz de la madre, según el estudio de Daniel A. Abrams del 2022. Entonces, si no se trata de una pérdida auditiva o del afecto hacia la madre o figuras de apego, no hay que entrar en pánico cayendo en frustración o distanciamiento con los jóvenes. 

Urge prestar atención a la Generación de cristal, quienes según la filósofa Monserrat Nebrera, son los jóvenes nacidos después del año 2000, “más frágiles, inestables o inseguros, con poca tolerancia a la crítica, al rechazo y a la frustración. La crianza ha estado a cargo de personas que trabajan arduo para darles todo. Obviando que la carencia también es necesaria. Y cuando no logran la saciedad o imperturbabilidad como ha de ser, tienen reacciones lesivas para sí mismos y los demás. Evidenciando las escasas competencias emocionales. 

Igual atención merece la generación Ni-Ni, los jóvenes que según el psicólogo Alejandro Schujman, ni estudian ni trabajan, por limitaciones económicas y sociales. Además las familias evitan que abandonen la seguridad del hogar y salgan a un mundo hostil. El mismo que todos habitamos.

El ser humano es la especie más indefensa. Desde el nacimiento requiere un ser que lo asista para que no muera. Ojalá, aquel ser comprometido y afectuoso que da alimento y abrigo, no caiga en un infinito e incondicional sobreamparo. Que brinde lo necesario y no lo deseado. Y retomando a Schujman: “la voracidad en los adultos genera la inapetencia de los hijos”. ¿Será que los padres y cuidadores podrán soportar que los hijos resuelvan su vida con errores y aciertos, tal como corresponde? Y no interpreten literalmente la canción “Si es posible" de Sebastián Monk.

La anterior contextualización es útil para comprender que en Colombia el 44,7 % de los niños tienen indicios de algún problema de salud mental, que las enfermedades más frecuentes en la adolescencia son la ansiedad, la fobia social y la depresión, presentando ideación suicida el 6,6% de ellos. Que el 19.3% de los adultos entre 18 y 65 años de edad han presentado alguna vez un trastorno de ansiedad, que en promedio 95 personas por día atentan contra su vida, que un 90% de los suicidios se asocian a un trastorno mental, que más del 50% de las personas que se suicidan tienen depresión y también más del 50% estaban con efectos de alcohol o sustancias psicoactivas, y que la depresión es la segunda causa de enfermedad. También enfrentamos la violencia vicaria, el disfrute de la tecnología se acompaña de las red flags o banderas rojas, y el espionaje de los dispositivos móviles a familiares y amigos. Y ocupamos un segundo lugar entre los países latinoamericanos miembro de la OCDE con mayor exposición al Bullying.  

El panorama puede mejorar, según Siegel, 2012: la calidad de nuestro sistema nervioso depende de la calidad de nuestras relaciones. Recibiendo niveles altos de afecto materno a los 8 meses de vida serán menores los niveles de angustia a los 34 años de edad, según Maselko, Kubzansky, Lipsitt y Buka (2011). 

Esta compleja realidad sociofamiliar se evidencia en un individuo, que más allá del cuidado de su salud física amerita una atención integral y multidisciplinaria del sistema de salud, como lo brinda el Hospital San Vicente Fundación. Con la participación del profesional de trabajo social, validando la autogestión y recursividad de cada sujeto y del subsistema familiar. Para reconocer las dificultades que les rodea, las condiciones que las perpetúan y las herramientas propias y del contexto social para una resolución funcional.

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